domingo, 11 de marzo de 2018

Muerte accidental de un anarquista, de Darío Fo


"El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y, al hacerse, habla y grita, llora y se desespera."
(Federico García Lorca) 



 

Al concluir nuestra distendida reunión del martes, no pude evítar recordar una peculiar cita literaria que, si la memoria no me traiciona, corresponde al escritor Edgar Allan Poe. A saber: “cuando un loco parece completamente sensato, es ya el momento de ponerle la camisa de fuerza.”

Así, entre ironía y seriedad, delirio y cordura, invención y autenticidad, disparate y sensatez, sarcasmo y probado rigor, transcurre esta divertida pero profunda historia que acompañó e ilustró de forma amena nuestro último coloquio; un dramático relato salpicado de continuas situaciones cómicas que, desde su impactante inicio hasta su desconcertante final consigue, tan pronto arrancarnos una cómplice sonrisa como dejarnos un inevitable poso amargo, difícil de digerir.

Dos actos y seis personajes caracterizados de forma sutil y escurridiza, casi esperpéntica, hábilmente disfrazados con desfachatez e ingenio bastan y sobran para confundirnos, intrigarnos, inquietarnos e incluso arrastrarnos al borde de una "deseada locura". Una trama estratégicamente diseñada con una clara y decidida intención por parte del autor: poner de manifiesto la obligada denuncia de evidentes e intolerables injusticias, a fin de hacernos reflexionar para provocar en el lector-espectador una necesaria reacción.

Apagados ya los brillos del carnaval, pero con los destellos aún impresos en la retina, esos alocados días donde nada es lo que parece, donde charada y realidad se entremezclan y fusionan, este hilarante y sugerente recorrido teatral por el camino de lo absurdo, plagado de chispeantes aunque trascendentes diálogos y monólogos, contribuye a retirar de nuestros ojos ese engañoso antifaz que nos impide valorar con absoluta nitidez. A su vez, invita a intentar desenmascarar todas aquellas situaciones de la vida cotidiana que bajo la apariencia del raciocinio encubren una distorsionada verdad, que nos confunde y se presta a la manipulación. Es conveniente aprender a delimitar dónde termina la farsa y dónde comienza lo certero.

Al hilo del argumento me planteo cuál es la difusa línea que separa lo juicioso de lo demencial y con qué precisas claves hemos de trazarla, sin miedo a equívocos.

Hoy, desde esta privilegiada butaca de lector aplaudo el acertado propósito del dramaturgo. Acomodada en una discreta fila de este singular escenario, analizando el trasfondo de la obra y teniendo en cuenta el sugerente final abierto de la misma, me niego a archivar definitivamente el caso en cuestión. Asi pues, aludiendo de nuevo a la frase con que iniciaba este comentario, me tomo la licencia de ampliar los numerosos interrogatorios contenidos en el guión del texto para añadir una pregunta más. A modo de reflexión, dejo en el aire un interrogante tan atrevido como lógico:

Para alcanzar la buscada verdad, ¿en ocasiones resulta “forzoso dar la vuelta a la camisa?”

A la luz de todos los datos aportados... ¡CASO REABIERTO! Continúa la investigación.

IRENE

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